lunes, 20 de marzo de 2017

EDITORIAL

NOTA DE TAPA.

POR UNA EDUCACIÓN DE CALIDAD
Escribe: Lic. MÓNICA RODRÍGUEZ

La educación es para Argentina la madre de todas las batallas, no por nada nuestro prócer máximo dijo que ella era el ejército más poderoso para pelear por nuestra soberanía.


Vivimos en un mundo inmerso en una revolución tecnológica y de las comunicaciones que está produciendo profundas y aceleradas transformaciones que impactan en una humanidad que aún no puede llegar a mensurar los alcances en su real dimensión. El lado oscuro es que estos avances solo alcanzan al 20% más rico de la población mundial, mientras las grandes mayorías permanecen excluidas de la nueva era.
En este torbellino de cambios se pierden las certezas y se pone en discusión el orden conocido hasta el momento. Así, todas las instituciones de la sociedad -Estado, Iglesias, Sindicatos, ONGs, Organismos internacionales, Empresas, Escuela, Familia, etc.- están obligadas a repensar su misión y las nuevas formas organizativas que requieren para cumplir con su finalidad.
La escuela no escapa a esta crisis, con la particularidad que es en ella y a partir de ella donde deberán buscarse y podrán encontrarse los nuevos caminos que garanticen la igualdad de oportunidades, condición indispensable para el desarrollo equitativo y la paz social.
Algunos países comprendieron los desafíos que impone el mundo actual, han acompañado este proceso transformador y han sido capaces de “subirse al tren del desarrollo” a partir de sistemas educativos adecuados que responden a los requerimientos de la nueva época.
En nuestro país las políticas pendulares fueron desgranando nuestro sistema educativo, un proceso largo y no casual que va sumiendo al país en un retroceso que por momentos es más acelerado y por momentos más lento, pero siempre continuo.
Quizás un punto de inflexión pueda encontrarse en los ´90. En los inicios de esa década el gobierno argentino impulsó un proceso de reforma educacional que se articuló con el proyecto económico, social, político y cultural implementado por el gobierno nacional que a su vez suscribía totalmente las recomendaciones de los organismos internacionales de financiamiento.
La Ley de Transferencias (1991), la Ley Federal de Educación (1993), la Ley de Educación Superior (1995) y normativa de menor nivel (decretos, resoluciones ministeriales, circulares, etc.) transformaron estructuralmente el sistema. Estas medidas trajeron aparejadas consecuencia tales como la desaparición de la enseñanza técnica; la eliminación de disciplinas, contenidos o procesos de enseñanza que contribuían al desarrollo del pensamiento abstracto; generaron programas focalizados descuidando la globalidad, se incrementó la desigualdad entre las provincias “ricas” que podían dar mayor financiamiento a la educación y las provincias “pobres” que no lograban sostener su propio sistema educativo.
La fragmentación produjo un acelerado deterioro de las remuneraciones y de las condiciones laborales de los educadores, haciendo perder el incentivo por seguir la carrera docente.
A partir del 2003 se comenzaron a instrumentar algunas medidas tendientes a revertir esa tendencia. Así se destinó el 6% de PBI a Educación, se sancionó la ley de Educación Nacional (Nº 26206/ 2006), la Ley de financiamiento Educativo (Nº26075/05) y la Ley de Educación Técnica Profesional (Nº26058/05) que evidenciaron una concertación por sectores pero estuvo lejos de enarbolar una política integral que abordara de manera global la problemática educativa, se la sometiera a un debate y concertación nacional.
Y si bien hubo ciertos avances, no fueron suficientes como para remontar el exiguo resultado que muestra que tan sólo 38 de cada 100 chicos completan los 12 años de escolaridad obligatoria fijados por ley, como tampoco podemos esgrimir calidad educativa en el contexto de exámenes internacionales como el PISA. La última edición en la que participó Argentina fue el año 2012 y nos ubicamos en el puesto 59 de los 65 países que participaron, con el agravante que también estuvimos en lo que a estas pruebas respecta, en el “fondo de la tabla” en relación al resto de Latinoamérica, superando sólo a Perú, Colombia y Uruguay. En el 2015 volvimos a participar pero nuestro país fue descalificado por nohaber cumplimentado ciertos requisitos; hay quienes afirman que experimentamos una leve mejoría en estas evaluaciones.
Argentina alguna vez fue un faro en América Latina en materia educativa, pero esa luz se está apagando.
La gravedad de la situación requiere ir más allá de los aspectos técnicos e impone volver a poner en discusión la cuestión central, referida a la relación entre el proyecto educativo y un proyecto consensuado del país que queremos. Para ello, hay que partir de una concertación que explicite un nuevo Pacto Social y establezca las bases y políticas estructurales, de las cuales ningún modelo de ninguno de los sucesivos gobiernos podrá apartarse.
Tendremos una educación de calidad cuando hallemos las claves que nos permitan armar un sistema educativo que responda a los desafíos de la época, que partiendo de la igualdad de oportunidades sea capaz de proyectar a los niños y niñas de hoy en exitosos hombres y mujeres del mañana y permita al país plataformarse al desarrollo sostenible. Esto no será posible si antes no valoramos a nuestros educadores, los ponemos en lo más alto del status social con remuneraciones que se condigan con la responsabilidad social que les cabe, exigiéndoles en contrapartida la dedicación y la capacitación continua que los tiempos actuales imponen.
Desafío no menor. Implica poner “toda la carne en el asador”, como diría un buen paisano. Esto es, generar un debate nacional en el marco de Encuentros Pedagógicos que congreguen en el marco de la democracia participativa a los mejores académicos de nuestro país y del mundo, a todas las instituciones –gubernamentales y no gubernamentales, públicas y privadas, a los diferentes sectores de la sociedad y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que deseen aportar a esta gran causa común.
La educación es para Argentina la madre de todas las batallas, no por nada nuestro prócer máximo dijo que ella era el ejército más poderoso para pelear por nuestra soberanía.

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